Por: Mgtr. Katherine Alcívar P., Psic.

En la actualidad, la inteligencia artificial (IA) pasó de ser un concepto casi inalcanzable a convertirse en una herramienta que impacta significativamente en múltiples ámbitos de nuestra vida. La psicología no es ajena a esta revolución, la IA se presenta como un aliado que amplía las posibilidades de evaluación, diagnóstico e intervención, pero también nos lleva a plantearnos cuestionamientos éticos y desafíos que requieren una reflexión profunda.

En América Latina, distintas investigaciones reflejan que existe un interés institucional y académico por la integración de tecnologías digitales en salud mental. Se han evaluado chatbots como apoyo en depresión y ansiedad en estudiantes universitarios, y se han realizado revisiones en países como Brasil, Chile, Colombia, México y Perú para explorar la viabilidad de estas intervenciones. Además, encuestas regionales señalan que cerca del 80 % de los profesionales de la salud consideran que la IA transformará de manera significativa su ejercicio, lo que evidencia una apertura creciente hacia su incorporación.

En Ecuador, un estudio reciente identificó 12 herramientas de inteligencia artificial con potencial de aplicación en psicología asistencial, orientadas a apoyo clínico, acompañamiento emocional y optimización administrativa. Aunque su uso aún no está masificado, su evaluación demuestra que la IA ya forma parte de los debates académicos y profesionales en el país, marcando una ruta hacia la innovación en la práctica psicológica.

Sin embargo, la revolución tecnológica trae consigo varios dilemas. ¿Qué sucede con la confidencialidad de los datos sensibles? ¿Podrá un algoritmo sustituir la empatía genuina que caracteriza a la relación terapéutica? ¿Existe el riesgo de que el acceso a estas herramientas refuerce la brecha digital en comunidades con menos recursos? Estas preguntas nos invitan a mantener una postura crítica y responsable.

La psicología, en su esencia, sigue siendo profundamente humana. La IA puede convertirse en un puente que acerque la atención a más personas, reducir tiempos en procesos diagnósticos y apoyar la investigación científica. Pero el reto está en integrar la tecnología sin perder de vista el valor insustituible del encuentro humano, del escuchar y del acompañar. La revolución ya está en marcha. Es nuestra responsabilidad como profesionales y usuarios de comprender sus alcances, aprovechar sus beneficios y al mismo tiempo cuidar que la ética y la humanidad sigan siendo el eje central de la psicología.

Por Yazmín Bustán

Feminista. Trabajando en visibilizar el trabajo que hacemos las mujeres,

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